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En la cocina de las Dominguín, Lucía, Jara y Palito: "En nuestra casa nunca ha habido límites, ni con la comida ni con nada"

En casa de Lucía Dominguín no hay puertas. No las necesitan, porque tampoco hay límites ni horarios, cada uno hace lo quiere. Y lo que han querido es encerrarse, ella y sus hijas Jara y Palito, durante tres meses en una cocina. El resultado, 'Casa Dominguín', un libro con mucho arte.

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En la cocina de las Dominguín, Lucía, Jara y Palito: "En nuestra casa nunca ha habido límites, ni con la comida ni con nada"
JM Presas

Ahora las viviendas son muy asépticas: huelen a lavanda, a bergamota, a flores..., con un toque de lejía. Eso está muy bien, pero nosotros somos más de otros olores; la nuestra huele a pollo, lo que crea ambiente es el olor a cocina", asegura Lucía Dominguín. En la suya, dicen, siempre hay una olla con caldo y es lo primero que notas cuando pones un pie en ella. Es también el olor que las devuelve irremediablemente a casa por lejos que estén. "Cuando echo de menos a la familia siempre vuelvo al caldito, lo cenaría todas las noches, con pasta", añade Palito.

Todo en la familia de estas tres mujeres, Lucía, Jara y Palito, se ha cocido, y se cuece, entre fogones y alrededor de una gran mesa. Una enorme que les sirve para estar juntas pero cada una a lo suyo, sea lo que eso sea: cocinar, dibujar, trabajar... "Nosotras inventamos el coworking", bromean. "Nuestras mesas no son minimalistas, al contrario, siempre están llenas de cosas, con comida, lápices, pinturas..., son una fantasía". En torno a una de mesas abarrotadas surgió su último proyecto en común, que en realidad es el primero, 'Casa Dominguín' (Libros Cúpula), un compendio de recetas y recuerdos familiares que rinde tributo a la cocina tradicional de la familia y a las dos matriarcas de la tribu: la abuela Rita y la abuela Azul, Lucía Bosé.

Un libro maridado con historias y sentido del humor que invita a adentrarse en su mundo. "Dos hijas y una madre en una cocina pueden liarla parda, para bien o para mal", avanzan. Su reto ha sido combinar sus distintas formas de expresión artística para comunicar su particular visión de la cocina, del arte y de la herencia de sus apellidos, de su clan. "Se puede crear algo maravilloso con lo que tengas por casa, no hay limitación en cuanto a la creatividad", dice Jara. "Un producto se puede convertir en lo que quieras si no tienes miedo, con un poquito de imaginación. Me parece superdivertido, para mí es una meditación". ¿Qué es lo peor que puede pasar? "Como con los colores, que mezcles muchos y te salga marrón", ríe Palito.

"Nos sobran las ideas"

Querían hacer algo juntas desde hacía tiempo. Y el proyecto surgió, "como una conversación en una mesa". No es la primera vez: "Nos sobran las ideas, hay muchas cosas que queremos hacer; siempre empezamos de todo, pero nunca acabamos nada", ríen. ¿Qué ha sido diferente en esta ocasión? "El universo nos puso juntas. Así que nos preguntamos: '¿Qué podemos empezar y acabar?' Porque no queremos que las cosas se eternicen", contesta Lucía.

Con sus tiempos, y la manera en que querían trabajar, tenía que ser 'Casa Dominguín', un trabajo a lo 'yo me lo guiso, yo me lo como'. "Lo hemos hecho entero nosotras: las recetas, las fotos (es el primer trabajo fotográfico de Palito), el maquillaje, la peluquería, la producción... Todo". Reconocen que era imposible colar a alguien ajeno en el equipo. Durante tres meses, madre e hijas se han encerrado con sus respectivas familias en la misma casa, la que tiene Carlos Tristancho, el padre de Palito y Jara, en Extremadura. "Le invadimos", bromean, "porque es quien tiene más sitio. Se trataba de convivir, cada día hacíamos una cosa diferente, íbamos improvisando. Por eso en el libro está el duende de la familia", dice Palito. "Buscábamos algo distinto a un libro de recetas, que quieras comprarte aunque no tengas intención de cocinar, simplemente porque te gusten las fotos o saber algo más sobre nosotras. Hay cocina, claro, pero también anécdotas, te ríes... Tiene arte", explica Jara. Con el sello inconfundible de la casa: "Somos muy puñeteras, muy perfeccionistas. Teníamos muy clara la idea de todo, hasta de los colores", afirma Lucía.

Donde sí se improvisó, y mucho, fue en la cocina. De hecho, alguna receta fue inventándose sobre la marcha. "Cada día hacíamos el ejercicio de ver qué podíamos conseguir con los ingredientes normales que suele haber en la despensa de cualquiera, para demostrar que es posible ser creativo en todas partes, que siempre se puede crear... Esa parte nos la enseñaron las mamis". Por eso la dedicatoria a las matriarcas.

Un tributo familiar

"El paladar lo haces desde niño, y nosotros siempre hemos comido muy bien", asegura Lucía. Tanto que sus hijas aún saben cuál fue el primer bocadillo de salchichón que comieron fuera de su casa siendo niñas, el de una compañera de clase en el recreo del colegio. "Me dio un asco... No se parecía al que conocía, el de nuestra propia matanza. Le pregunté a mi madre: '¿Pero no son todos iguales?'", recuerda Palito. "Era salami", tercia Jara.

En casa de la matriarca, desde siempre, se come lo que ese día apetece, sin restricciones. Es un reflejo de su forma de entender la vida. "Aquí cada uno hace lo que quiere y cuando quiere, nunca hemos tenido límites. Si espero que mis hijas estén en casa conmigo y vengan a gusto, a verme es la única manera. En casa no hay puertas, sólo cortinas", explica Lucía. Literal, ni una sola. Nada que esconder ni encerrar, libertad absoluta para todos; ni puertas ni normas porque cada uno vive su vida. "Mi familia es muy importante para mí, mi hermana Jara es alguien imprescindible, pero en la película de mi vida no deja de ser una actriz secundaria, los protagonistas somos mi pareja (Harry James) y yo", resume Palito.

Olores y sabores tiran del hilo de la memoria a través de los ingredientes de las recetas. "Los limones me recuerdan a mi abuela Lucía, porque de pequeña siempre me hacía la broma de frotarme con ellos los ojos. Yo me asustaba y ella se moría de risa... De ahí viene la idea de incluir una receta con limón, pero es un plato que comíamos siempre en casa de mi otra abuela, Rita", explica Lucía. El tributo familiar siempre presente, aunque éste en realidad es "haber publicado el libro y haber creído que podíamos hacerlo. La esencia de ambas familias, Bosé y Dominguín, está en todo ese proceso. Nos gusta agradecer a las mujeres, porque son las que han hecho familia. Es bonito saber que tus ídolos viven en casa", añade Jara. "Lo que inspiran tanto la mami Rita como la mami Lucía es justamente eso, la parte artística, la de la diversión, la de echarle huevos... a la comida".

¿Quién ha llevado los galones en delantal durante estos meses de encierro? "Somos las tres protagonistas, aunque Jara es quien tenía las cosas claras, porque es la que ha vivido profesionalmente de ello; había una lista con 80 recetas y cuando nos poníamos a cocinar alguna, de pronto la cambiaba y la convertía en otra completamente diferente", afirma Lucía. Su autoridad, por los suelos. "Claro, pretendía incluir en el libro una tabla de quesos... ¿dónde está la receta? Vas al súper y los compras, fin", ríen sus hijas. Una vez hecho el plato, fotografía y a la mesa; se lo han comido todo.

La vida de las tres siempre se ha desarrollado muy cerca de la cocina. "Es el mejor lugar de la casa para estar. Todo empieza y acaba siempre en la cocina", dice Lucía. "De niña yo disfrutaba de estar allí. Había una mesa enorme donde comían todos los que trabajaban en casa, mis hermanos y yo. Cuando te tocaba ir al comedor de los mayores era un martirio; tenías que estar perfectamente sentada con las manos bien colocadas y no podías hacer ruido. En la cocina estaba la tata; mi madre (Lucía Bosé) no era cocinitas. Y siempre pasaban cosas: podías ver un mono agarrado a un radiador, a una chica colgando las bragas en el radiador para que se secaran, a otro con las espadas de mi padre... De todo, aparte de la comida. Ese es mi recuerdo. Y los olores, claro, sobre todo el de la caza, que es muy especial".

La tata fue quien los introdujo en los sabores de Italia y España que les gustaban a sus padres, la actriz y el torero. "Recuerdo los calamares en su tinta, con su rosca de arroz blanco, y el risotto", añade Lucía. "Son las cosas que nosotras hemos comido en casa, porque tienen una historia detrás", apunta Jara. En la memoria, también, el huerto: "Mi madre me levantaba a las cinco de la mañana para ir a coger las hojas de las coles y recolectar el rocío de las hojas; nos lo bebíamos directamente de la hoja, como en los cuentos de hadas", añade Palito. "Me comía todo lo que cogíamos crudo: zanahorias, guisantes..., hasta las patatas". Todavía hoy le encanta hacerlo. También recoger caracoles vacíos en el campo, "un recuerdo que tengo con mi madre, que viene de cuando ella iba a buscarlos con Picasso, en su jardín de Francia, para pintarlos. Son rituales que van pasando de unas a otras".

¿Cuál es esa receta que permanece en la memoria? La sopita, explica Palito, porque la "lleva a casa". Por eso ahora siempre viaja con unos sobrecitos de miso que con agua caliente pueden dar el pego. Jara señala la comida oriental; en su cumpleaños siempre pide que le cocinen "algo asiático, ramen, sushi...". Su gusto por la cocina llega por cómo le "educaron el paladar, por los sitios adonde me han llevado", restaurantes maravillosos en el País Vasco y Extremadura. La primera vez que probó el vino fue en Rocamador, "siendo un mico". Y presente, siempre, el "caldito de huesos, en invierno calentito y en verano frío. Y si estás deprimida con un chorrito de brandy, como lo sirven en el sur, con jerez. A mí me encanta", asegura Lucía Dominguín.

Después de lo que han disfrutado con el proyecto, ¿tienen otros a la vista? "Formamos parte de la misma sangre y tenemos bastantes cosas que decir, pero somos muy diferentes y respetamos mucho los procesos individuales. Está muy bien hacer planes en conjunto, pero ahora vienen cosas para cada una de nosotras", responde Palito. "Y yo ya tengo aquí un proyecto", concluye Jara señalando su embarazo.

JM Presas

Las lentejas de Lucía Dominguín, con tomate y romero

Todos los viernes se comían en su casa. Y ella las odiaba. "La manía que tenía al plato de pyrex que me encontraba en la mesa me daba vértigo, porque sabía que si no me las comía volvería a encontrarlas en la cena y a veces incluso en el desayuno. Aparecían con tres trocitos de zanahoria y un cacho de patata, y se me hacía bola. Siempre me levantaba de la mesa con los calcetines y las bragas llenas de pelotillas de esas legumbres", confiesa Lucía. Curiosamente, ahora es uno de los platos que más le gustan y mejor hace. "En fin de año, siempre un perol, y nos tomamos mínimo una cucharada para tener abundancia para el año que entra". Aquí, su receta, propia, sólo lentejas, sin cachos, y que "sale sí o sí".

  • 500 g de lentejas pardinas (para seis personas)
  • 5 dientes de ajo o más, al gusto
  • 1 ramita de romero
  • 4 cucharadas de aceite
  • 1 litro de zumo de tomate (mejor si es casero)
  • 1 litro de caldo
  • Sal al gusto

Acuérdate de poner en remojo las lentejas el día anterior. A fuego vivo, añade en una olla el aceite, el ajo y el romero. Deja que el aceite coja sabor cuidando que el ajo no se queme y cuando esté rehogado retira la ramita. Escurre las lentejas y añádelas dando un par de vueltas para que se mezclen con el aceite. Añade el zumo de tomate y cuando haga chup chup unos 10 minutos incorpora el caldo. Baja el fuego y espera a que se hagan, que la lenteja esté blandita pero sin deshacerse. Así de fácil.

Casa Dominguín

Las recetas de cocina de las Dominguín, una de las familias más populares de España y todo un referente en moda, arte y cocina. Con sus platos nos invitan a adentrarnos en su luminoso mundo a través de sabores y recuerdos con los que nos inspiran a ser más creativos. Libros Cúpula, 220 páginas (29,95 €). Puedes comprarlo aquí.